Friday, February 7, 2020

Polluelo


En una de aquellas tardes frías y sombrías de la gran metrópoli de Frankfurt, mientras Julio recorría sus calles y desembocaba en la popular Zeil, una rambla llena de tiendas y negocios de ropa, yacía en una esquina y abandonado a la muerte fúnebre y con ansias de llevar prisa, un polluelo de paloma gris. Deambulaba él sin rumbo, quizás en busca del nido perdido, nido situado quizás en alguna altura de aquellos grandes edificios que alberga esta gran ciudad.

Era verlo y contemplarlo triste dentro de toda esa multitud que lo ignoraban como si fuera parte del pavimento, como si poco les importaba los chillidos de miedo y terror del pequeño polluelo. Chillidos que se perdían con el viento y la indiferencia de la gente.

Julio no tuvo reparos en buscar una caja de zapatos vieja de algún negocio cercano e introducir al avecilla en esta, después de correr para atraparla y soportar de paso las miradas algo atónitas y de sorpresa de la gente. ¡Ven pendejo, no te escapes!

El polluelo se tranquilizó al sentir la oscuridad de la caja al cerrarse esta y la protección cálida de las paredes de cartón. Esta sería su morada para las próximas semanas.

Se le bautizó “El Pollito”. El llegó a su nuevo hogar, una pequeña habitación en el distrito de Westend. Se le colocó su nueva morada  cerca de la calefacción antigua con la intención de abrigarlo y alargar su vida que dependía de horas. Pudo finalmente reaccionar y picar algunas verdurillas y migajas de algún pan seco que no faltaba en el estante.

Pasaron una, dos semanas…, Pollito se luchó la vida entera. Y Julio, se luchó la limpieza diaria también.  Excremento, deposición, mierda, porquería y suciedad a lo largo del camino que conducía al camastro y los "ambientes". ¡Me llegas huevón, p..ta maaa otra vez a pasar trapo! Por fortuna no volaba aún. La avecilla perdonó el camastro de Julio y no los cagó.

Transcurrían los días y por ende también llegaba la hora de dejar el nido querido y al padre. El polluelo se había puesto fuerte, estaba robusto y vigoroso. Aleteaba sus alas de manera enérgica e impetuosa, volaba ya y su refugio-casa le resultaba muy minúsculo. Cómo recordaba Julio los tallarines rojos de pichón que preparaba su querida abuela en las serranías heladas. 

Sin duda, junto a la dicha y algarabía, y el orgullo de haber vencido a la muerte; al mismo tiempo la tristeza y la pena invadían a Julio, que consideraba a la avecilla su gran amigo y compañía.

Y es así como una tarde decidió marcharse para siempre, no sin antes voltear para quedarse en silencio y regalarle a Julio una mirada. Caminó hacia la única ventana, su ventana inseparable donde solía pasar la mayor parte del tiempo, mirando el invierno pasar, contemplaba el cielo y la lluvia. ¿Vió pasar quizás a sus padres y hermanos, lo volverían a reconocer? Nada lo contuvo. Estaba decidido.

…Se marchó en silencio y a otros cielos, dejándole a Julio la compañera soledad.

¡Salud! Avecilla compañera, dónde quiera que estés.

La ventana, 
se volvió a cerrar.


4JC